
No quiero ser un latido muerto... Quiero ser quien haga pelear a tus latidos por ver quién llega antes. No quiero ser un infarto que nos mate... Quiero ser la sangre de tus venas y de tu corazón. No quiero ser dolor, ni que me duela... Quiero ser lo que vea tu sonrisa en el espejo cada mañana. No quiero que te vayas, no, no quiero que te vayas y que a mí me duela hasta lo que no existe, hasta lo que no pueda respirar porque me ahogue, hasta los putos latidos que de tan lentos que vayan los vaya notando como puñaladas sin anestesia, como desgarros sin sentido, como disparos en las costillas... Quiero tumbarme contigo en la cama, no hablar, que nos vayamos acercando cada vez más y más, que me pidas a gritos en ese silencio que no puedes más, que tú también te estás muriendo, que necesitas arrancarme la boca y no soltarme... Y mis ojos se empañan con sólo sentirte, y con mi corazón encima del tuyo escucho cómo se sienten, cómo luchan por salir de nosotras y abrazarse, cómo de tan rápido que van se escapan de nuestras manos y se curan... Nos curan. Y me besas... Y yo me pierdo en tu cuello, que sólo necesito quedarme allí toda la noche, estrujarte tanto que te deshagas bajo mis brazos, apretarte, no dejar que te marches nunca... No quiero dejar de sentirte. No dejes de decirme que me quieres.
Doscientos veintinueve mil besos