Yo no elegí quererte. No elegí enamorarme de ti como una puta kamikaze, abandonarme y poner mi suerte en tus manos para que la destrozaras con esos anillos que te han sobrado siempre que no han ido acompañados de mis dedos. Yo no elegí aprender a mirar debajo de la capa de sombra que emborronaba tus párpados pero no tu mirada; no elegí caerme ese día en ese color de ojos con el que sueñan parecerse las mejores obras de arte. Yo no elegí a tu ombligo como Edén, como fin de nada y principio de todo, como aquello que no podría alcanzar ni en sueños. No elegí reducir mis sentimientos a arial tamaño 8 en cursiva y, si me apuras, gris clarito, porque lo he gritado tan alto y tan claro que siento que si lo digo una vez más mi corazón estallará. Yo no elegí columpiarme de mi portal a los tirabuzones de tu pelo desde las ocho hasta las doce. No elegí hacerme aprendiz de tu conjugación en segunda persona, aunque nunca te tuve enfrente; ni en tercera persona, aunque siempre estabas presente. No elegí escribir tratados sobre el movimiento de las comisuras de tus labios cuando me veías. No elegí seguir sintiendo un terremoto entre las costillas como el primer día al verte 2190 mañanas después. No elegí anclarme a esa mirada en el tren y sobrevivir sólo y únicamente a través de ella; hacerme superviviente de tus maneras. No elegí decirte de mil maneras que te quería sin usar esas dos palabras. No elegí ni regalarte la custodia de mis sueños ni darte jamás el poder de reinar sobre ellos. No elegí ser inmune al olvido ni adicta a convertirte en poesía. No elegí dejarme acudir a ti cada vez que las hostias me vinieran del revés y volviera a quedarme sola, como cuando te veía cada día. No elegí sucumbir ante esa mirada que cada día irrumpe en mi estómago y echa raíces. No elegí amarte como loca sin ni siquiera haber probado tu respiración en un beso. No elegí temblores, no elegí tormentas, no elegí hostias contra folios llenos de ti, no elegí pensarte de 00.00 a 23.59 y congelarte los 29 de febrero, no elegí suspirar(te) por partes del cuerpo que no sabía ni que existían, no elegí calarme entera sólo por verte a un kilómetro de mi nube, no elegí robarle el título de musa a Yoko, a Beatrice o a Leonor y dejártelo debajo de la almohada.
No elegí perderme y que no vinieras conmigo. No elegí perderme en ti pero no contigo.
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