sábado, 29 de diciembre de 2012

Sin orificio de salida.

Suena(s)

Esta mañana, al despertarme,
creí que llovía.
Luego abrí la ventana y no,
no era lluvia,
eras tú,
que te alejabas,
que ya no volabas,
que ya no estabas.
Y ya no pude volver a dormir.


Yo que siempre pensé
que besándote te hubiera convencido:
a ti de quererme,
a mí de no dispararte,
pero mil poemas tristes nunca fueron suficientes
para alguien que desprende primaveras
al abrir las alas,
ni siquiera versarte los labios cada mañana,
ni quitarte el frío de las manos,
ni cargarte a mi espalda
mientras me rompo el cuello intentando mirarte
-si supieras lo que echo de menos mirarte,
casi tanto
como a ti-,
ni ser el preludio de tu música,
es decir,
de tu risa,
no fue suficiente abrirte mi carne
para que la llenaras de la tuya
bloqueando cada esquina con el recuerdo de tu cara,
ni llamarnos de mil maneras diferentes
con el único propósito
de ser únicas
la una para la otra.


El mundo se dio cuenta
de que cada vez que venías
yo adelantaba las manillas del reloj
para ver si mi futuro llevaba tu nombre,
de que te robé todos los relojes
para que así no agotaras tu tiempo conmigo,
y destrozó mis horas,
el muy cabrón,
como quien aplasta lagrimales,

y yo miré suplicante a tus muñecas desnudas,
a la pared vacía,
a tus mañanas entre mantas sin horario,

pero la habitación se llenó
del jet-lag que sufren mis sueños
desde que abandonaron tu cama,
y todos los intentos de sostenernos fueron en vano,
de repente la vida pesaba demasiado
y tú eras más grande que la lluvia.
Y no fue suficiente para mí,
y tuve que deshacerme de los segundos que dejaban tus minutos.
Yo, que te llené de palabras,
me cansé de que las tuyas solo fueran de ida
y no pude evitar mirar la última página,
donde tu pelo ya no estaba.
Donde mis dedos ya no estaban.
Y leerte despacio
para engañar al reloj,
dejó de funcionar.
Y silenciar el temblor de mis manos
para que no te fueras,
solo hizo más ruido.


Eres tanto
que cualquier cosa que no sea tenerte al final del día
no resulta suficiente.
Y eso no es culpa de nadie.


Así que perdóname
por no conseguir
que fuéramos suficiente.
Por llenarte el cuerpo de adioses,
vestir mis dedos de balas
y dispararte
-aunque te lleve tan dentro
que dispararte a ti
sea como dispararme a mí,
pero sin orificio de salida-,
por empujarte hacia el abismo de mis labios
y suicidarte antes
de olerte,
por odiarte un poco
porque llueve
y no vas a aparecer,
porque mi reloj ahora solo me diga
que es hora de marcharme,
por sacarte de mis ojos
para poder dormir,
por quedarme
a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra
sabiendo que no volveremos a desnudarnos,
y después irme.


Perdóname,
por no encontrar otra manera de salvarme
que no implicara abandonarte.


Y aunque esto sea un poema triste más,
tienes que saber
que hacerte el amor fue como empezar una frase,
y terminarla.
Abandonarnos ahora
es dejar inacabado el poema.


Pero recuérdalo,
una vez al día
te cambiaría por toda la poesía.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Invierno en el infierno.

Calculo que te habrán descrito
unas tres veces elevado al cubo
-por eso
de todas
las 
entradas
de tu cuerpo-
el tango que se forma en tus labios
cuando bajan a conocerme, 
como si tu lengua supiera
que cada vez es la última vez
y se vistiera de saliva
para honrar al último baile, 
ya sabes, 
el eterno, 
el que solo termina
cuando se desliza caliente por tu garganta
y tu sed claudica, 
subordinada 
a mi mano sobre tu cabeza.

Debes saber ya
que la diferencia
entre mis fantasías y tú
es que a ti te follo con los ojos abiertos
y no son mis labios los que relamo después.
Mientras tanto, 
tú las cumples
añadiendo las tuyas, 
y ya sabes entonces
lo que ocurre:
todo eso del verbo zambullirse
y el placer de ahogarse;
el erotismo de los imperativos
cuando se mezclan con tu boca; 
los ojos llenos de una perversión
que duele
y promete una sucesión de orgasmos
por cada incursión
-cómo no creerlo
cuando noto tu lascivia
empapándote los muslos
mientras lo cuentas-;
eso de que contigo 
los sentidos se reducen a tres:
besarse, follarse y correrse;
y todo eso del 
nometoquesasí
que se van a empapar hasta las paredes
y a ver quién limpia tanto sexo, 
pero pordiosnopares.

No desconoces, 
cuando me llenas los dientes de lujuria, 
el efecto que tiene tu espalda desnuda sobre mis ojos;
las ganas que tengo de clavarte los metacarpos
entre gemido e ingle;
romperme
la
muñeca
partiéndote
en
dos;
embestirte 
hasta que tus gritos rompan la pared, 
te quedes sin voz
y entonces tengas que pedirme clemencia, 
porque quiero amputarte
cada intento de desplante
y que mis dientes se queden llenos de tu carne;
chuparte y llegarte a las entrañas
-ya sabes lo que dicen, 
no se habla con la boca abierta-;
follarte la boca
y asaltarte
tus cuatro labios
atracándote las muñecas al otro lado de la habitación, 
recreándome en cada hendidura de tu cuerpo;
lamiéndote cada gota que expulses
para besarte después;
sentarte encima de mí
y subirte al cielo
-o bajarte al infierno,
déjame pensarlo-;
destrozándote el pelo mientras media espalda
se 
queda
en
mis
uñas.


Joder, 
yo juraría que el invierno era la estación del frío, 
pero desde ti
cuanto más desnuda voy
más abrasa todo.



Que tiemblen los animales, 
porque no se había visto nada tan salvaje
hasta ahora.
Que lo único que tiene esto de poesía
es lo mojada
que te deja mi tinta
y los versos
que voy a darte en la entrepierna.
Y ya sabes cómo, 
a fuego lento 
y bien marcados.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Nos creímos canción y no tuvimos final.

Suena.

¿Recuerdas
cómo se llenó el mundo de poesía
cuando hicimos el amor?
Parecía
que en vez de besarte
te escribía versos en la boca.


¿Lo recuerdas?
No sé si leía poemas
o eran mis manos las que te leían a ti;
si aquello
era un crescendo encadenado
de mi pecho a tus labios
o si es que de repente
mi vida comenzaba a rimar.
No sé,
no consigo distinguir
si aquello que hicimos fue el amor
o darle la vuelta a los puntos finales;
si fueron versos libres
los que se escondieron entre tu pelo
y mi vientre
o eran mis dedos
y tus caricias
y por eso yo ahora no puedo terminarte
los poemas;
si esa noche no fue tu mano lo que me diste
sino papel y lápiz y tu espalda,
si no fuiste tú la que temblaste
y empapaste mis manos,
sino el amor desnudo en un papel.

Igual
es que estás hecha de palabras;
eso explicaría
lo fácil que resulta nombrarte en todo lo que no existe.
Me creería, entonces,
que estés en tantas letras
como musas se han escrito,
y que no podamos pasar página
porque no hemos terminado de escribirnos.
Entendería, ahora,
después de conocerte,
el sentido de los silencios,
porque silencio
es eso que hay tras tu voz.
Comprendería, por fin,
mi fracaso
al intentar olvidarme primero de tu nombre
y después de nada más,
porque no existe el después a tu olvido.

Ya sabes,
hacerte el amor es como empezar una frase...
y terminarla.


Recuérdalo,
fue como si
el techo de tu habitación
se llenara de pronto de nubes
y tú y yo,
ahí abajo,
volando,
tan ausentes
a todo lo que no fueran
nuestras alas
-quiero decir,
nuestras bocas-;
justificándonos al margen izquierdo de tu cama,
dando la vuelta a las sábanas
y a nuestros cuerpos
para no dejar ni un centímetro
sin (des)cosernos;
abriéndonos tanto
que perdimos la consciencia
y nos caímos
una dentro de la otra
-te prometo que no miento
si te digo
que nunca me he sentido más llena
que cuando me caí dentro de ti-.


Acuérdate
de cómo el mundo, por fin,
se convertía en una mentira
y nosotras éramos la única verdad.
De cómo nos besábamos,
como si tuviéramos toda la vida para hacerlo,
como si supiéramos
con total certeza
que el último beso sería como el final de las canciones
y no llegaría jamás,
como si besándonos
consiguiéramos quedarnos allí,
juntas
-fueron tantas las ganas
de comerte a besos
que es imposible
que este hambre se pase-.
Acuérdate
de cómo vencimos al sol
bailándonos,
estallando todas las letras del abecedario,
las ocho notas de la escala;
de cómo,
entre gemido y gemido,
te llené la lengua de palabras en el viento;
de cómo,
entre gemido y gemido,
me llenaste el vientre de canciones bajo la lluvia.


Acuérdate,
recuérdalo,
Lo difícil
no es olvidarte,
es querer hacerlo.
Lo fácil
no es recordarte,
escribirte,
imaginarte,
soñarte.
Lo fácil
son estas ganas
de querer
volver
a
tenerte.

Por eso tienes que acordarte,
y recordarlo,
y no olvidarlo,
y pensar que una noche
fuimos tan libres
que se nos quedaron los labios salados
y los ojos empañados,
como si lloviera hacia arriba
y se nos despeinara el pelo
y cerráramos el paraguas para ahogarnos
-no habrá mejor tormenta
que la que sucedió en mis ojos
cuando te besé por primera vez-.
Como si querernos
fuera como nadar en el océano:
algo tan inmenso como imposible.


Por eso,
acuérdate,
recuérdalo.
Porque recordarnos
es lo único que podemos hacernos.

martes, 11 de diciembre de 2012

Y dormir a tu lado se convierte, entonces, en poesía

Caminas descalza
como si supieras de qué está hecho el mundo
y quisieras darle forma con la curva de tus pies,
bailándolo a tu antojo
como bailas mis días,
haciendo que al resto
se nos claven tus huellas
en lo que nos queda de ojos
después de mirarte,
y no podamos sino seguirte.

A veces sonríes,
y el mundo se abre con tu boca,
como cuando bostezas
y tiras por la borda
cualquier amago de abandonarte,
porque la paz está ahí,
entre tus dientes,
cuando me muerdes el corazón
y te lo tragas,
y yo respiro.

Me miras
noventa y nueve veces al día
como si yo fuera lo único que se interpusiera
entre la realidad y tus ojos,
me conviertes en tu filtro
y dices que a través de mí
el mundo se ve más bonito,
y son cien las veces que yo te miro de vuelta
preguntándome
qué diablos será eso que te convierte en cielo
y despeja mis tormentas,
que te hace sujetarme
cuando decido precipitarme
o dejarme la garganta
en mil silencios,
qué esconde mi boca
para que mientras me besas
solo pienses en el siguiente beso,
qué verás
en mi pelo alborotado al despertar
para que quieras acariciármelo así,
como si estuviera herido
y tú supieras exactamente
qué hacer
para salvarlo,

-preguntándome
qué diablos
tendré
para
ser
lo
único
que
ves
cuando
miras
al
mundo-.

Me masturbas el alma
a dos manos
-cómo no voy a creerme
que tus dedos
me esconden-,
me pones de espaldas
y te dejas
entera
dentro de mí
-así pasa ahora,
que te llevo a todas partes-,
te vuelves
algo así como un animal salvaje
pero tierno,
con esa lascivia
que dibuja tu boca
cuando tienes hambre,
te vuelves gigante
y me nombras,
y yo te digo
al oído
que voy a correrme contigo
hasta llegar al fin del mundo,
si es que eso existe
después de ti
-tú,
que lo único que tienes de final
es todo lo bonito
que viene después-,
y entonces
caigo rendida,
vencedora,
libre,
con el alma aun entre tus dedos,
desnuda,
palpitante,
viva,
en calma,
frágil,
repleta,
satisfecha,
completa,
sobre tu pecho,
y es entonces cuando entiendo
lo de soñar sin dormir.

Y me creo lluvia
y te duermo a besos.


Quién me iba a decir a mí
que ibas a llegar a mi corazón
entrando por la boca.

Conviertes las mil maneras
que existen de huir
en mil maneras de quedarse,
contigo.
Y dormir a tu lado
se convierte,
entonces,
en poesía.


domingo, 2 de diciembre de 2012

A un poema de distancia

Draw your swords

Me partí en dos
después de ti;
me dividí
como se dividen los días
según las ganas
que tengas de recordarme,
como se abren mis calles
cuando te descubren bailando
como el viento del invierno,
como la única chica feliz
en un bar de carretera
o la única chica triste
un viernes por la noche,
como un funambulista adicto a las caídas,
como si el precipicio fueran mis manos
y el miedo se hubiera evaporado de tus pies;
me fui y me dejé
contigo
tan desnuda
que pensé que jamás volvería
a tener calor
-en un mundo de contradicciones
eres mi reina-.

Dejé mi mitad
esparcida sobre tus sábanas
y entre tu pelo hundí mi nariz
mientras dormías
-o mientras escuchaba al mundo
respirar,
ya no sé-
para que no te dieras cuenta
de lo rabiosos que me resultan los días
cuando apareces,
es decir,
cuando no apareces.
Lloví sobre tu espalda
al mismo tiempo que sacaba el paraguas
para que mi ausencia no te salpicara,
a pesar de lo que me gustaría lamer
las heridas revueltas de tu costado,
y hacer nudos con mi lengua
con todo lo que se esconde detrás.

Me abandoné para ti,
sin saber si dejaba
más de lo que me llevaba.
Me caí,
de cabeza,
buscando el golpe de tus omóplatos
en mis ganas
de besarte
cada día,
todos
los
días,
todos los besos,
todo tu cuerpo,
todo tu pelo,
cada
día,
todos los días.
Me quedé dentro de ti
mientras me marchaba.


Y así ando ahora,
dando traspiés con un solo pie;
haciendo todo a medias
desde ti;
balanceándome inerte
entre tantos recuerdos
que te juro que aún rememoro
cómo era eso de sentir,
es decir,
de besarte;
paseando, tan torpe,
entre tu nombre
y mis heridas,

con la incoherencia
de querer llevarte a la guerra
al mismo tiempo que te acuno en mi paz;

hablando a medias
porque después de probar tu boca
las palabras ya no sirven de nada;
latente,
a un poema de distancia
de querer volver a besarte,
a una última canción
de volver a bailarte de nuevo;
con un ojo entreabierto
por si se te ocurre volver a mirarme
y no estoy,
mientras intento aprender a besar
todo lo que habla de ti
para que me dejes de hacer falta;
soñando con tenerte tan cerca
que solo pueda abandonarte,
pero entonces despierto
porque los sueños a medias son solo eso,
sueños.



Pero al final,
como en todos los finales,
solo quedan certezas.

Me olvidé de mí

con el único propósito
de que tú no te olvidaras de mí
-todos necesitamos
ser salvados-,
con la única intención
de que te dieras cuenta
de que la mitad que dejé en tus manos
eras tú misma,
que te pertenezco
y me perteneces de una manera
que aún no sé escribir,
y eso me asusta más que tú;
que no puedo abandonarte
porque entonces me quedaría vacía,
sin ti,
sin mí,
y cómo sobrevivir entonces.


Así que cuídame,
es decir,
cuídate.

Por mi vida.