sábado, 27 de junio de 2009

Te quiero devorar


Sentada en una esquina de tu espalda escribo poemas que relaten la historia de tu piel desnuda mientras suena una guitarra rasgada, y es cuando descubro que son tus besos que como notas se van colando por mi columna vertebral. Déjame relatarte una canción al oído, una de un veintiséis de junio; déjame envolver tu mirada que quiero mirarla hasta deshacerla; déjame trepar por tu cuerpo y hacerte el amor con la respiración que quiero que te enrosques a mis suspiros y no los sueltes en toda la noche; déjame dibujar un piano en tu espalda y resucitar toda melodía olvidada y borrada; déjame acariciarte, acariciarte otra vez, y otra, hasta que me aprenda cada lunar de tu cuerpo, hasta que conozca todos los poros de tu piel y consiga robarles su olor, hasta que nos durmamos y mis dedos sigan jugando con el roce de tu aliento... Déjame todo, que te voy a amar toda la noche hasta que quieras despertarme a base de besos, que te voy a mirar y a mirar y a mirar porque mirarte me lleva al cielo y yo ya no quiero bajar de allí, que te voy a regalar una nube e inventar una tormenta para que vengas a abrazarme. Escucha... Que ya empieza.

Podría darte diecinueve mil razones... Te quiero Doscientos noventa mil besos

http://www.youtube.com/watch?v=E7jPGE5Haxw&feature=related

viernes, 19 de junio de 2009

Final

No entendía cómo había sido capaz. Cómo, después de tanto tiempo pensando que no me quedaba más amor por dar, Ella había conseguido abrir mi corazón de golpe, un corazón herido de muerte y maltrecho. Abrirlo de verdad, curarlo y dejar que de él saliera un amor tan puro, tan verdadero y tan real que a veces me asustaba. Me asustaba porque cada día la amaba más y me había dado cuenta de que desconocía mis propios límites, aquellos que creía sobrepasados ya. Pero era así, yo la amaba y me moría por cada palabra, por todos y cada uno de sus huesos, por todas las veces que me esperaba debajo de mi portal. La amaba desde aquel primer te quiero que Ella me dijera una noche de verano. La amaba cuando yo inconscientemente estaba pidiendo a gritos ser amada y Ella fue la única en oírme. La amaba al besarla, al perderme en su cuello buscando ese olor que se había convertido en el Edén para mí. La amaba al tocarla con un solo dedo la mejilla, al buscarla desesperada tras cada voz y no encontrarla, al necesitarla y tenerla. La amaba al hacer mía su boca en nuestro portal, en nuestro banco, en nuestro parque. La amaba al abrazarla para protegerla del invierno, la amaba cuando viajábamos al verano en su cama, la amaba cuando la primavera nos vestía de recuerdos, la amaba al sentir el otoño sobre su paraguas y Ella a mi lado. La amaba porque era mío su dolor, la más mínima punzada suya se clavaba en mi pecho y ardía, su rasguño más pequeño abría zanjas en mi alma. La amaba cuando creaba espectáculo con su sonrisa, cuando su risa empapaba la ciudad y yo sólo podía mirarla y morirme de amor. La amaba cuando las gotas de lluvia resbalaban por su paraguas y nosotras bajo él nos dábamos besos interminables. La amaba al despeinarla, al tatuarla mi amor en cada roce, al invertir toda mi saliva y todas mis letras en ella. La amaba cuando le regalaba mi corazón, se lo ponía en la palma de la mano y Ella me amaba también.


Quería creer que yo también era su sueño. Que yo también había aparecido en el momento justo de su vida con el único propósito de hacerla feliz y que lo estaba consiguiendo. Que no mentía en cada promesa que me hacía, que realmente me quería con ella toda su vida y que ‘el final’ dejó de tener lugar en nuestra voz desde aquel 19 de julio. Que continuaríamos follándonos el alma todos los días, todos los segundos que nos restaban juntas, todos los momentos que viviéramos en nuestro ático perdido de Londres. Que los miles de besos aumentarían día a día hasta llegar al infinito, hasta perder la cuenta… Y así fue.

Esas siete palabras, no puedo dejar de pensar en ti, continuaron resumiendo cada día nuestra historia: la de un amor interminable.

http://www.youtube.com/watch?v=CB2d85YuO90

sábado, 13 de junio de 2009

Tercera parte
Me estaba salvando. No tenía ninguna duda. Ella había venido a por mí, únicamente a por mí. Por primera vez en cuatro años sentía que no era yo la única que iba a darlo todo sin recibir nada, a desgastarse, a romperse, a dejarse sin piel, a abandonarse en el camino como ya había hecho anteriormente por un amor sin sentido. No. Ella iba a amarme, lo veía en su mirada, en cómo sus ojos se perdían cuando se colaban en mis pupilas esas primeras tardes al sol, en cómo se callaba, cómo se callaba y dejaba que yo me sonrojara mientras Ella me devoraba con sus pequeños ojos, pequeños y preciosos, en cómo con sólo mirarme conseguía dibujar en su rostro la sonrisa más sublime que jamás veré. Se lo dije miles de veces: ‘Eres mi paracaídas’, ‘No dolerá si caemos juntas, amor’… Y no dolía. Nada dolió. Hizo desaparecer la constante que había marcado mi vida durante tanto tiempo de una manera tan fácil que no pude sino quererla.

Así vivimos. Emigrando a los parques, alquilando portales, descorchando la luna que salía cada noche y nos sorprendía entre besos, caricias y sonrisas. Viviendo nuestro verano, como más tarde haríamos con el otoño, el invierno y la primavera. Era tan bonito sentirla conmigo… Saber que comenzábamos a ser sólo una al lado de otra, dejar de necesitar al resto del mundo, ser felices sólo con mirarnos. No tenía miedo, no tenía ninguna duda, ningún temor. Ni con el primer te quiero ni con la primera vez que se deslizó bajo mis sábanas. Sentir su cuerpo desnudo, apretado contra el mío, ésa y todas las demás veces que llegaron después, era una sensación increíble. Inusitada, plausible. Subirla encima de mí, enroscarme a su pequeño cuerpo, permitirle que me llevara al cielo (y casi rogarle que no dejara de hacerlo), sintiéndola, siempre sintiéndola, ya fuera alentando entrecortadamente mi nuca mientras el sudor empapaba las sábanas o respirando tranquila, medio dormida y soñolienta, sobre mis brazos… Estaba tan guapa cuando cerraba los ojos, se abrazaba a mí y sonreía, dejando su sonrisa impresa en mi almohada. Y yo la devoraba, me comía todo lo habido y por haber, su piel era mi cena y me reservaba su entrepierna como postre. Y la abrazaba, le suspiraba el ombligo y su tatuaje que a veces me resultaba infinito, entrelazaba los mechones de su pelo entre mis dedos mientras mi lengua suave recorría sus labios, despacio, para volverla loca, para escucharla morir en mi boca, y dejaba pasear mis manos sobre su vientre, repasando su perfil y memorizando el tacto del color de su cuerpo para rescatarlo después en mis sueños, ésos que Ella protagonizaba día y noche. Ella… Tan bonita.

miércoles, 10 de junio de 2009

Segunda parte

No sé qué fue lo que me cautivó, si su sonrisa entrecortada y su mirada tímida pero valiente, o quizá fue su ternura, su derroche de cariño y sus suspiros al cruzar sus ojos con los míos lo que me hizo mirarla como nunca había mirado a nadie. Sólo sabía que por primera vez en mucho tiempo me sentía bien al lado de alguien que no fuera su fantasma. Que quería estar allí, sentada con Ella por primera vez en un portal, en uno de tantos que nos sentirían en adelante. Que me encontraba a gusto entre sus vaqueros rotos y sus zapatillas de colores, que no quería levantarme, que no quería perderla de vista. Que acababa de conocerla y deseaba que no terminara la noche.

Radiante. Por fin lo había logrado. Sentada a su lado, había hecho posible su sueño de conocerme y ahora, pensaba, quizá comenzaríamos uno juntas. Y llego el día siguiente, y las palabras confesadas y las calladas, y las ganas de reventarnos la boca de una vez, y el miedo, y la duda, y la ilusión. Y otra vez la noche. Luces, canciones desorbitadas y nuestros ojos de nuevo encontrándose de esa forma que sólo ellos sabían. Mis pestañas trémulas al mirarla, sus manos inquietas sobre mis dedos, sonrisas de medio lado y ese algo que hizo que todo lo demás desapareciera, que hizo que sólo nos encontrásemos Ella y yo en aquel lugar, que fuéramos lo único existente. Y mis ganas de estar junto a Ella… Nos marchamos juntas, no sabíamos a dónde, aunque no hubiera importado que hubiera sido el final del mundo. Nunca tuvimos destinos, nos bastaba encontrar nuestras manos al andar para estar tranquilas. Y encontramos aquella esquina, dorada por la luna, empapada de noche, dibujada allí únicamente por y para nosotras. Así, coloreadas de intimidad y sin reloj, nos acercamos y probamos el sabor que nos haría más tarde toxicómanas y drogadictas, nuestros labios se juntaron y la saliva que humedecía nuestras lenguas estalló, se volvió loca y consumió los minutos en aquellos besos. En aquel momento comencé a apartar de mi mente a los ojos azules con tal firmeza y seguridad que yo misma me asombré. En aquel momento comencé a querer quererla…

http://www.youtube.com/watch?v=ud5k4_xEC5c&eurl

domingo, 7 de junio de 2009

Fueron siete palabras.

Primera parte.
Fueron siete palabras. Siete palabras que sonaron como un beso, que sentí como un silencio que clama un grito intermitente, que cruzaron mi mente como se cuela una pequeña rendija de luz en una habitación en la que la oscuridad te mata de miedo.Siete palabras y su nombre… Y todo lo que vino después.

Me buscó día y noche. Me buscó, me encontró y me quiso para Ella. Me quiso y me tuvo, me poseyó como nadie hizo nunca, ni siquiera los ojos azules de los que le advertí que no me hacían recomendable para ella. Pero a Ella no le importaron, hubiera luchado contra el mundo entero por mí si hubiera sido necesario. No quería nada más: me había encontrado.

Me dolía. Me dolía hasta el hambre, la sed. Me dolían las ansias de ser feliz. Pero estaba acostumbrada. Como el enfermo que de tanto desgaste ya no siente su enfermedad o como el hambriento que se olvidó de cómo se comía. Había dejado de pertenecerme tiempo atrás; caminaba, y no sabía cuál era mi rumbo; miraba, y sólo veía el azul más penetrante jamás visto. La dueña de ese cielo marino me había arrastrado hacia ella sin quererlo, desgajándome poco a poco el alma, como la droga más pura y fuerte atravesando mis venas despacio, tan despacio que sentía cada mirada suya como pinchazos en la piel. La quería, al menos algún tipo de adicción mortal la profesaba. Necesitaba de ella cada día, de sus pestañas, de su voz y de sus manos. Era adicta a la tristeza que me dejaba su adiós, me alimentaba de melancolía y sólo vivía de mis lágrimas sabor a ácido. Y así vivía, sin saber aún hoy muy bien cómo. Y entonces… Ella.

lunes, 1 de junio de 2009

Je t'aime...


Llévame a estrenar el verano en un parque contigo, hagamos planes de cómo deshojaremos el sol cada tarde y te encontrarás con un lirio cada noche bajo la almohada. Hagamos el amor en medio de los campos y probaré a versar un soneto sobre tu espalda al sol, y quizá robe una nube para verte dormir sobre ella mientras juego a enredarme con los dedos de tus pies. Prométeme amor en cada anochecer, pinta mis latidos del color de tus dedos porque no quiero que dejes de acariciarlos, y en silencio sopla un diente de león sobre mi vientre para que tu deseo alcance todo mi cuerpo... Déjame silbarte un cuento mientras te abrazo por la espalda, un cuento en el que tu sonrisa se convierte en el desenlace y tus ojos son el principio de todo. Alimentémonos de risa, de cosquillas que nos vuelvan locas, de mi lengua tras tu oreja, de tus besos en donde mis manos no llegan. Alimentémonos de ti, de mí, de las dos, de nosotras, de ti de nuevo, de mí otra vez. Querámonos allá donde los sueños no alcancen a comprender que hay lugares a los que de lejos que están no pueden llegar.

Doscientos sesenta y dos mil besos