lunes, 14 de agosto de 2017

SAL DE TU HERIDA

Me saben los labios a la 
sal de tu herida.

Sal de tu herida, mi amor,
repetimos sin cesar, una y otra vez,
bajo esta idea nuestra de que las palabras
existen para salvar lo que se necesita.

Hoy puedo decirte que mi herida
yace tranquila al lado de un sol
que me recuerda al ciego instinto
por el cual seguí tus pasos,
ese que nos trae hoy
al lugar donde nos sentimos libres por primera vez.

La libertad está dentro de ti,
me dijiste un día,
y yo no lo entendí 
hasta que te vi a ti al otro lado.

Tu nombre fue la salida de mi casa,
tu nombre es la entrada a mi hogar.

Por eso sé que no me equivoqué:
incapaz de moverme, llegué a ti.
Imagina dónde pueden llevarnos mis pasos.

Hoy puedo decirte que mi herida
ya no tiene hambre,
amor,
que mi herida ya no quiere más, 
que mi herida sólo tiene sueño.

Las heridas se duermen, 
aunque lloremos de vez en cuando.

Escucho tu acento decir mi nombre 
y lo entiendo,
lloro sobre tus dedos mojados
y lo entiendo,
veo tus ojos cambiar de color al quererme cada noche
y lo entiendo,
te pronuncio en voz alta por primera vez
y lo entiendo,
río a tu lado y nada más, sólo eso,
y lo entiendo.

Hoy puedo decirte que sí,
que no me cabe duda, 
que afirmo lo siguiente con la misma fuerza
con la que aprieto tu mano por las noches:
volvería a pasar por el mismo abismo 
con tal de poder mirar juntas el mismo cielo.