jueves, 29 de marzo de 2012

D(r)ama sentimental

Quizá el truco esté en desordenar tus pecas, esparcirlas descolocadas entre tu andén y mi habitación y esperar que en un descuido te pierdas y aparezcas. Puede que arañarme con tus uñas no sea la mejor opción, aunque piense en ellas antes de tropezar con la almohada, aunque ya te haya reservado los lugares donde me las podrías clavar, aunque vaya directa y sin escudo hacia sus esquinas. Tal vez mi sueño consista en soñarte sueño, y la realidad se reduzca a colarte palabras entre el pelo para que me recuerdes cuando camines despeinada por la carretera buscando al amor de tu vida. Puede que piense tanto en tus hoyuelos que los llene de notas y cuando quieras cantar solo haya un baile lleno de silencio. Quizá el problema sea que empecé hablándote de tus calcetines en vez de tu flequillo; que no te expliqué todo lo que hay más allá del mío; que me refugié entre tus tobillos para que no te fueras y no te conté que a veces tengo tanto miedo que cierro los ojos y me quedo con el de los demás, porque no hay nada que más me atemorice que otros ojos asustados. Puede que el dilema se encuentre en mi maldita manía de acuñar miradas que no responden a las preguntas que dejo entre los dedos, y en la boca, y en la intuición de algunos colmillos, y en la somnolencia de las idas y venidas que nunca se quedan. Tal vez te enseñé las palmas de mis manos abiertas demasiado pronto y se me cayó más de un secreto tan rápido que no llegó a la noche; me olvidé de utilizar paréntesis contigo cuando escuché el olor de tu sonrisa y supe que en ella se encontraba el fin de los tormentos.

Es probable que todavía no intuyas que si te quiero volver bostezo es por hambre y por sueño, porque aún no sé si serás banquete o pesadilla, porque me gustas tanto como para asustarme, porque eres mi d(r)ama sentimental y yo quiero saltar contigo puentes resbaladizos y ventanas entreabiertas y puertas cerradas con llave y trenzas deshechas en cambios de vida y sentido.

Porque seguramente todo empezó el día que olí el invierno en tu bufanda y amé el frío más que nunca; la noche en la que sentí que podría estar toda la vida abrazándote y nada más; el momento en el que bailaste y te reíste y miraste al suelo y yo deseé estar ahí, justo ahí, ser ese segundo contigo.


Quizá. Puede. Tal vez. Es probable.


Pero no.

No seré yo quien inquiera al punto con el que cierran tus piernas, que no tu boca, dirigiéndome una y otra vez al bemol de tu mirada, ese que no firmo yo.


http://www.youtube.com/watch?v=msaVzacH5ZA


domingo, 25 de marzo de 2012

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Creo que eran las dos de la mañana cuando apareciste con un vestido blanco arañado, sin esas sandalias expertas en huir cuando el calor acecha tus tobillos, con las uñas recortadas en forma de gemido y exhalando mordiscos por los ojos. Empuñaste tu rodilla contra mi garganta y sin dejar de mojar mis pestañas le susurraste a mis falanges que te habías dejado la vergüenza atada con tus bragas negras entre el tercer y el quinto escalón de un motel al que nunca iríamos. Maldita sea, nunca debí confesarte que saber que tu vestido esconde una entrepierna desnuda desbarata cualquier intento de contención.
No hizo falta que dijeras nada para ver cómo tus iris decidían empezar tu ritual de sangre y sexo. Agarraste mi dedo corazón, absorbiste con tu lengua sus desorbitadas palpitaciones y jugaste a recorrer la humedad que empezaba a azotar tus muslos desprotegidos con su yema, mientras que tus caninos comenzaban a insertarse en mi cuello sin otra intención que la de vaciar todos mis jugos.
Tus ojos se dedicaban a examinar cómo mis pupilas se convertían en cráteres en ebullición mientras yo, subyugada a tu soberbia, solo deseaba que terminaras de una vez con toda la piel y volvieras a mi cuerpo un agujero de perversión, castigo e insolencia. Te sentaste sobre mis metacarpos y empezaste a bailar, a volverte una noria mientras me hacías entrar en ti sin pedir permiso. Me ataste las muñecas con la raya deshecha de tus ojos y, con los dientes clavados en mis costillas, decidiste atracar mi pulso cardíaco. Con la boca llena de placer, comenzaste a devorar y beber todo intento de latido mojado, de sábana empapada, de labios deshechos en líquido. Tus círculos húmedos y su maestría en la descriogenización de mi saliva continuaron sacudiendo toda aquella habitación que, al no ir anclada a tus manos, sobraba.
Esa noche mi calor se tatuó la imagen de tu anatomía desnuda en mi sudor mientras reventabas con la rebelión de tus colmillos mis ansias de follarte y mojarte y beberte y saciarte y tragarte y secarte y volver a follarte.

Al rato, abrí los ojos. Era de día y, en lugar de tu lengua ensalivada, entre mis piernas solo había un gran charco y unos muslos perdidos en lubricante.


viernes, 23 de marzo de 2012

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La primavera no quiere que los amores de invierno terminen y ella aún no lo sabe, pero guardo alguna tormenta para que cuando me invite a bailar lo hagamos sobre uno de sus tejados; desde que soñé que sus hoyuelos perdían el paraguas me encanta bailarla bajo la lluvia. Tiene siete maneras de recogerse el pelo porque busca catorce manos que la despeinen de manera diferente en cada maullido, y yo escondo dieciséis tirabuzones que cicatricen en sus uñas los días que le apetezca arañar. Le escribo mientras ella se estira, sale del folio y habla de palabras que saben a dulce, regala abrazos que en febrero huelen a amor de lavandería, vuelve minúsculos mis enormes gigantes y con los ojos cerrados cae entre nostalgia y nostalgia, en ese punto exacto en el que resulta imposible no quererla.
Quiero preguntarle si aprendió a bailar así en el mismo sitio en el que le dibujaron ese lunar, si le gustan los besos en las rodillas y si algún día de viento ha jugado a emparejar tobillos. Quiero averiguar si alguna mañana le han despertado con besos en los nudillos, si ronronea antes de dar los buenos días y a qué sabe su pelo despeinado. Quiero saber a qué huele cuando está triste, si le han acariciado los miedos hasta dormir y si alguna vez ha echado tanto de menos que le abrazaran por la espalda que ha roto paredes. Quiero mirarle las pestañas y contarle a sus párpados que la primavera esconde mil noches de invierno, y que por eso a veces llueve de repente o hace frío, porque los escalofríos no dejan olvidar. Quiero confesarle que dormiría con ella para verla despertar libre de maquillaje, llena de legañas, tan despeinada que estalle la almohada al verla tan bonita. Quiero coagular entre sus manos y asegurarle que tengo tantas ganas de ver sus bragas empapadas sobre mi alfombra como de dejar su nombre por los parques y el mío en su portal, para que no se sienta sola. Quiero explicarle cada roto de mis labios, repasarle las pecas de la nariz antes de salir de casa y peinarle el flequillo cuando le entren ganas de llorar.
Quiero dormirla y preguntarle si alguna vez se ha reído del olvido; y, si cuando bosteza, preludio del sueño, se acuerda de mí; y, después, cuando abra los ojos, dejarle un desayuno lleno de minúsculas palabras, porque es así de la única manera en la que puede tener lugar y comprenderse todo lo que le quiero decir.

miércoles, 7 de marzo de 2012

(XXX)

Debería olvidarte para que las palabras más profundas pudieran brotar y así atreverme a decir en voz alta que te arrancaría poco a poco a mordiscos cada pespunte de tu boca, que mis costillas merecen que tu espalda cruja mientras se arquea sobre mi ombligo y que el único punto que pongamos a nuestra historia sea el g, y al contacto con mi lengua convertirlo en miles de puntos suspensivos que resbalen por tus ingles. Si no estuvieras, te diría que dibujaría un lunar solo con humedad entre los labios de tu vértice y que jugaría toda la noche a borrártelo a lametazos y, quizá, algún beso. Me vería obligada a domar tu insolencia atándote a la cama y haciendo sufrir a tus desplantes a golpe de muñeca. Te diría que las únicas cicatrices que te van a quedar conmigo son las de mis caninos en tus muslos, mis uñas en tus caderas y mis orgasmos en negrita trepando por tus manos. Tendría que confesarte que he mojado la palabra onanismo pensando en el hueso de tu pelvis desafiando la potencia de mis embistes y que me he desangrado los dedos de pensarte desnuda y llena de sexo. No podría evitar llevarte a una cascada de orgasmos y clavarte cientos de suspiros ahogados en tu boca mientras estallamos juntas volviéndonos polvo(s). Dejaría gramos de saliva por cada esquina de tu cuerpo para volverte adicta y que tu mono desembocara en polvos salvajes, esos en los que la piel se desabrocha empezando por los pies y todo acaba tan mojado que podemos zambullirnos en nosotras mismas mientras los muebles piden ser empotrados contra nuestras espaldas. Debería decirte que estoy cansada de follarte cada mañana con mi imaginación como único lubricante, que las palabras no me dejan escurrirme por tu ombligo mientras desayuno tus pezones en punto de ebullición, que es complicado tenerte delante y que se me escapen los latidos, no solo los del corazón, y vayan corriendo(se) a buscarte y salpicarte, la saliva que me falta en la boca me sobra en la entrepierna. Te escribiría que, aunque lo intenten, las palabras están a una vida de distancia de lo que imagino sin cerrar los ojos y que la imaginación no alcanza a comprender lo que sería tenerte desnuda, empapada e inmortal debajo de mi saliva, dispuesta a dejarme que te lleve al cielo entre terremotos de gemidos y temblores. Serán tus dientes, o las ganas de maltratar al hueso retorcido de tu muñeca, o las perversiones que dejan intuir los rotos de tus pantalones o quizá se trate de lo que esconde tu cuello, o el deseo de tenerte de espaldas y sin protección para poder atacarte la clavícula, o el propósito de hacer a tus rodillas doblegarse frente a las fantasías de mi labio inferior.

Como escribirte mientras te masturbo. Como besarte mientras me llenas de sexo. Como quererte mientras te arranco a mordiscos un agujero por cada duda. Amor sexualizado, lo llaman. Yo te hablo de follarnos de espaldas, mojarnos a solas, volver poética la pornografía, llevarte al cielo y terminar en la luna enloqueciendo en tus astrolabios, ser el Onán de cada entrepierna, esperar brotando orgasmos a medias hasta que vuelva a ser invierno y podamos quedarnos.

Porque un polvo vale más que mil palabras.