domingo, 25 de marzo de 2012

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Creo que eran las dos de la mañana cuando apareciste con un vestido blanco arañado, sin esas sandalias expertas en huir cuando el calor acecha tus tobillos, con las uñas recortadas en forma de gemido y exhalando mordiscos por los ojos. Empuñaste tu rodilla contra mi garganta y sin dejar de mojar mis pestañas le susurraste a mis falanges que te habías dejado la vergüenza atada con tus bragas negras entre el tercer y el quinto escalón de un motel al que nunca iríamos. Maldita sea, nunca debí confesarte que saber que tu vestido esconde una entrepierna desnuda desbarata cualquier intento de contención.
No hizo falta que dijeras nada para ver cómo tus iris decidían empezar tu ritual de sangre y sexo. Agarraste mi dedo corazón, absorbiste con tu lengua sus desorbitadas palpitaciones y jugaste a recorrer la humedad que empezaba a azotar tus muslos desprotegidos con su yema, mientras que tus caninos comenzaban a insertarse en mi cuello sin otra intención que la de vaciar todos mis jugos.
Tus ojos se dedicaban a examinar cómo mis pupilas se convertían en cráteres en ebullición mientras yo, subyugada a tu soberbia, solo deseaba que terminaras de una vez con toda la piel y volvieras a mi cuerpo un agujero de perversión, castigo e insolencia. Te sentaste sobre mis metacarpos y empezaste a bailar, a volverte una noria mientras me hacías entrar en ti sin pedir permiso. Me ataste las muñecas con la raya deshecha de tus ojos y, con los dientes clavados en mis costillas, decidiste atracar mi pulso cardíaco. Con la boca llena de placer, comenzaste a devorar y beber todo intento de latido mojado, de sábana empapada, de labios deshechos en líquido. Tus círculos húmedos y su maestría en la descriogenización de mi saliva continuaron sacudiendo toda aquella habitación que, al no ir anclada a tus manos, sobraba.
Esa noche mi calor se tatuó la imagen de tu anatomía desnuda en mi sudor mientras reventabas con la rebelión de tus colmillos mis ansias de follarte y mojarte y beberte y saciarte y tragarte y secarte y volver a follarte.

Al rato, abrí los ojos. Era de día y, en lugar de tu lengua ensalivada, entre mis piernas solo había un gran charco y unos muslos perdidos en lubricante.


8 comentarios:

Nahuel dijo...

encantador, hace rato no pasaba por aca. Qué bueno es volver.

Saludos, Nahuel.

León dijo...

*clap*

octubre. dijo...

Qué manera de derramar las palabras, enhorabuena. Me has robado sonrisas y silencios a partes iguales.

Herzeleid dijo...

Absolutamente WOW!!

Marina Kahlo dijo...

Genial!

Unknown dijo...

Está escritora es lesbiana ????

Marte dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Marte dijo...

Absolutamente embriagador... salvaje y elegante. Bravo.