sábado, 13 de junio de 2009

Tercera parte
Me estaba salvando. No tenía ninguna duda. Ella había venido a por mí, únicamente a por mí. Por primera vez en cuatro años sentía que no era yo la única que iba a darlo todo sin recibir nada, a desgastarse, a romperse, a dejarse sin piel, a abandonarse en el camino como ya había hecho anteriormente por un amor sin sentido. No. Ella iba a amarme, lo veía en su mirada, en cómo sus ojos se perdían cuando se colaban en mis pupilas esas primeras tardes al sol, en cómo se callaba, cómo se callaba y dejaba que yo me sonrojara mientras Ella me devoraba con sus pequeños ojos, pequeños y preciosos, en cómo con sólo mirarme conseguía dibujar en su rostro la sonrisa más sublime que jamás veré. Se lo dije miles de veces: ‘Eres mi paracaídas’, ‘No dolerá si caemos juntas, amor’… Y no dolía. Nada dolió. Hizo desaparecer la constante que había marcado mi vida durante tanto tiempo de una manera tan fácil que no pude sino quererla.

Así vivimos. Emigrando a los parques, alquilando portales, descorchando la luna que salía cada noche y nos sorprendía entre besos, caricias y sonrisas. Viviendo nuestro verano, como más tarde haríamos con el otoño, el invierno y la primavera. Era tan bonito sentirla conmigo… Saber que comenzábamos a ser sólo una al lado de otra, dejar de necesitar al resto del mundo, ser felices sólo con mirarnos. No tenía miedo, no tenía ninguna duda, ningún temor. Ni con el primer te quiero ni con la primera vez que se deslizó bajo mis sábanas. Sentir su cuerpo desnudo, apretado contra el mío, ésa y todas las demás veces que llegaron después, era una sensación increíble. Inusitada, plausible. Subirla encima de mí, enroscarme a su pequeño cuerpo, permitirle que me llevara al cielo (y casi rogarle que no dejara de hacerlo), sintiéndola, siempre sintiéndola, ya fuera alentando entrecortadamente mi nuca mientras el sudor empapaba las sábanas o respirando tranquila, medio dormida y soñolienta, sobre mis brazos… Estaba tan guapa cuando cerraba los ojos, se abrazaba a mí y sonreía, dejando su sonrisa impresa en mi almohada. Y yo la devoraba, me comía todo lo habido y por haber, su piel era mi cena y me reservaba su entrepierna como postre. Y la abrazaba, le suspiraba el ombligo y su tatuaje que a veces me resultaba infinito, entrelazaba los mechones de su pelo entre mis dedos mientras mi lengua suave recorría sus labios, despacio, para volverla loca, para escucharla morir en mi boca, y dejaba pasear mis manos sobre su vientre, repasando su perfil y memorizando el tacto del color de su cuerpo para rescatarlo después en mis sueños, ésos que Ella protagonizaba día y noche. Ella… Tan bonita.

2 comentarios:

rOo RAMONE dijo...

Ella tan perfecta. Ella.

Ana dijo...

Se merece un ELLA con letras mayúsculas :)