Dime,
Carmelita,
dime
qué piensas cuando el mundo
se
hace tan minúsculo que cabe en
la
arruga más pequeña y tus ojos se pierden,
se
deshacen, y tú sólo reconoces la lluvia.
Dime, Carmelita,
cuéntame
de qué color son tus manos,
por
quién ladran los perros, quién enciende
la
luz en este mar tan oscuro y tan tuyo,
cuéntame
quién te salva cuando no puedes,
cuéntamelo,
dime que lo sientes,
aunque
no lo veas, dime que existen palabras
que
te cuidan.
Dime,
Carmelita,
enséñame
que los verdaderos recuerdos no se borran,
que
son más grandes que el olvido. Dímelo,
porque
no te conozco y ya me has enseñado
que
no importa la memoria, importa este temblor
que
aparece en la puerta, momentáneo, como un rayo de luz.
Dímelo,
tú que lo sabes, y protege este futuro
con
tu pasado de sombras que se alejan.
Dime,
Carmelita,
dime
que sigues ahí, aunque te inventes otro idioma,
aunque
mires a tu hija y no lo entiendas,
aunque
mires a tus nietas y no lo entiendas,
aunque
tu casa sea extraña y el miedo enorme,
aunque
te invada la tristeza y todo escueza, hasta la piel
de
quien dice conocerte,
dime
que sigues ahí, que eso basta, que eso es suficiente.
Aunque
no recuerdes, aunque olvides,
no
permitas que la oscuridad oculte lo único que es cierto:
existes
porque te quieren, existes porque los quieres.
Aunque
no lo sepas.