sábado, 29 de diciembre de 2012
Sin orificio de salida.
Esta mañana, al despertarme,
creí que llovía.
Luego abrí la ventana y no,
no era lluvia,
eras tú,
que te alejabas,
que ya no volabas,
que ya no estabas.
Y ya no pude volver a dormir.
Yo que siempre pensé
que besándote te hubiera convencido:
a ti de quererme,
a mí de no dispararte,
pero mil poemas tristes nunca fueron suficientes
para alguien que desprende primaveras
al abrir las alas,
ni siquiera versarte los labios cada mañana,
ni quitarte el frío de las manos,
ni cargarte a mi espalda
mientras me rompo el cuello intentando mirarte
-si supieras lo que echo de menos mirarte,
casi tanto
como a ti-,
ni ser el preludio de tu música,
es decir,
de tu risa,
no fue suficiente abrirte mi carne
para que la llenaras de la tuya
bloqueando cada esquina con el recuerdo de tu cara,
ni llamarnos de mil maneras diferentes
con el único propósito
de ser únicas
la una para la otra.
El mundo se dio cuenta
de que cada vez que venías
yo adelantaba las manillas del reloj
para ver si mi futuro llevaba tu nombre,
de que te robé todos los relojes
para que así no agotaras tu tiempo conmigo,
y destrozó mis horas,
el muy cabrón,
como quien aplasta lagrimales,
y yo miré suplicante a tus muñecas desnudas,
a la pared vacía,
a tus mañanas entre mantas sin horario,
pero la habitación se llenó
del jet-lag que sufren mis sueños
desde que abandonaron tu cama,
y todos los intentos de sostenernos fueron en vano,
de repente la vida pesaba demasiado
y tú eras más grande que la lluvia.
Y no fue suficiente para mí,
y tuve que deshacerme de los segundos que dejaban tus minutos.
Yo, que te llené de palabras,
me cansé de que las tuyas solo fueran de ida
y no pude evitar mirar la última página,
donde tu pelo ya no estaba.
Donde mis dedos ya no estaban.
Y leerte despacio
para engañar al reloj,
dejó de funcionar.
Y silenciar el temblor de mis manos
para que no te fueras,
solo hizo más ruido.
Eres tanto
que cualquier cosa que no sea tenerte al final del día
no resulta suficiente.
Y eso no es culpa de nadie.
Así que perdóname
por no conseguir
que fuéramos suficiente.
Por llenarte el cuerpo de adioses,
vestir mis dedos de balas
y dispararte
-aunque te lleve tan dentro
que dispararte a ti
sea como dispararme a mí,
pero sin orificio de salida-,
por empujarte hacia el abismo de mis labios
y suicidarte antes
de olerte,
por odiarte un poco
porque llueve
y no vas a aparecer,
porque mi reloj ahora solo me diga
que es hora de marcharme,
por sacarte de mis ojos
para poder dormir,
por quedarme
a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra
sabiendo que no volveremos a desnudarnos,
y después irme.
Perdóname,
por no encontrar otra manera de salvarme
que no implicara abandonarte.
Y aunque esto sea un poema triste más,
tienes que saber
que hacerte el amor fue como empezar una frase,
y terminarla.
Abandonarnos ahora
es dejar inacabado el poema.
Pero recuérdalo,
una vez al día
te cambiaría por toda la poesía.
lunes, 24 de diciembre de 2012
Invierno en el infierno.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Nos creímos canción y no tuvimos final.
¿Recuerdas
cómo se llenó el mundo de poesía
cuando hicimos el amor?
Parecía
que en vez de besarte
te escribía versos en la boca.
¿Lo recuerdas?
No sé si leía poemas
o eran mis manos las que te leían a ti;
si aquello
era un crescendo encadenado
de mi pecho a tus labios
o si es que de repente
mi vida comenzaba a rimar.
No sé,
no consigo distinguir
si aquello que hicimos fue el amor
o darle la vuelta a los puntos finales;
si fueron versos libres
los que se escondieron entre tu pelo
y mi vientre
o eran mis dedos
y tus caricias
y por eso yo ahora no puedo terminarte
los poemas;
si esa noche no fue tu mano lo que me diste
sino papel y lápiz y tu espalda,
si no fuiste tú la que temblaste
y empapaste mis manos,
sino el amor desnudo en un papel.
Igual
es que estás hecha de palabras;
eso explicaría
lo fácil que resulta nombrarte en todo lo que no existe.
Me creería, entonces,
que estés en tantas letras
como musas se han escrito,
y que no podamos pasar página
porque no hemos terminado de escribirnos.
Entendería, ahora,
después de conocerte,
el sentido de los silencios,
porque silencio
es eso que hay tras tu voz.
Comprendería, por fin,
mi fracaso
al intentar olvidarme primero de tu nombre
y después de nada más,
porque no existe el después a tu olvido.
Ya sabes,
hacerte el amor es como empezar una frase...
y terminarla.
Recuérdalo,
fue como si
el techo de tu habitación
se llenara de pronto de nubes
y tú y yo,
ahí abajo,
volando,
tan ausentes
a todo lo que no fueran
nuestras alas
-quiero decir,
nuestras bocas-;
justificándonos al margen izquierdo de tu cama,
dando la vuelta a las sábanas
y a nuestros cuerpos
para no dejar ni un centímetro
sin (des)cosernos;
abriéndonos tanto
que perdimos la consciencia
y nos caímos
una dentro de la otra
-te prometo que no miento
si te digo
que nunca me he sentido más llena
que cuando me caí dentro de ti-.
Acuérdate
de cómo el mundo, por fin,
se convertía en una mentira
y nosotras éramos la única verdad.
De cómo nos besábamos,
como si tuviéramos toda la vida para hacerlo,
como si supiéramos
con total certeza
que el último beso sería como el final de las canciones
y no llegaría jamás,
como si besándonos
consiguiéramos quedarnos allí,
juntas
-fueron tantas las ganas
de comerte a besos
que es imposible
que este hambre se pase-.
Acuérdate
de cómo vencimos al sol
bailándonos,
estallando todas las letras del abecedario,
las ocho notas de la escala;
de cómo,
entre gemido y gemido,
te llené la lengua de palabras en el viento;
de cómo,
entre gemido y gemido,
me llenaste el vientre de canciones bajo la lluvia.
Acuérdate,
recuérdalo,
Lo difícil
no es olvidarte,
es querer hacerlo.
Lo fácil
no es recordarte,
escribirte,
imaginarte,
soñarte.
Lo fácil
son estas ganas
de querer
volver
a
tenerte.
Por eso tienes que acordarte,
y recordarlo,
y no olvidarlo,
y pensar que una noche
fuimos tan libres
que se nos quedaron los labios salados
y los ojos empañados,
como si lloviera hacia arriba
y se nos despeinara el pelo
y cerráramos el paraguas para ahogarnos
-no habrá mejor tormenta
que la que sucedió en mis ojos
cuando te besé por primera vez-.
Como si querernos
fuera como nadar en el océano:
algo tan inmenso como imposible.
Por eso,
acuérdate,
recuérdalo.
Porque recordarnos
es lo único que podemos hacernos.
martes, 11 de diciembre de 2012
Y dormir a tu lado se convierte, entonces, en poesía
como si supieras de qué está hecho el mundo
y quisieras darle forma con la curva de tus pies,
bailándolo a tu antojo
como bailas mis días,
haciendo que al resto
se nos claven tus huellas
en lo que nos queda de ojos
después de mirarte,
y no podamos sino seguirte.
A veces sonríes,
y el mundo se abre con tu boca,
como cuando bostezas
y tiras por la borda
cualquier amago de abandonarte,
porque la paz está ahí,
entre tus dientes,
cuando me muerdes el corazón
y te lo tragas,
y yo respiro.
Me miras
noventa y nueve veces al día
como si yo fuera lo único que se interpusiera
entre la realidad y tus ojos,
me conviertes en tu filtro
y dices que a través de mí
el mundo se ve más bonito,
y son cien las veces que yo te miro de vuelta
preguntándome
qué diablos será eso que te convierte en cielo
y despeja mis tormentas,
que te hace sujetarme
cuando decido precipitarme
o dejarme la garganta
en mil silencios,
qué esconde mi boca
para que mientras me besas
solo pienses en el siguiente beso,
qué verás
en mi pelo alborotado al despertar
para que quieras acariciármelo así,
como si estuviera herido
y tú supieras exactamente
qué hacer
para salvarlo,
-preguntándome
qué diablos
tendré
para
ser
lo
único
que
ves
cuando
miras
al
mundo-.
Me masturbas el alma
a dos manos
-cómo no voy a creerme
que tus dedos
me esconden-,
me pones de espaldas
y te dejas
entera
dentro de mí
-así pasa ahora,
que te llevo a todas partes-,
te vuelves
algo así como un animal salvaje
pero tierno,
con esa lascivia
que dibuja tu boca
cuando tienes hambre,
te vuelves gigante
y me nombras,
y yo te digo
al oído
que voy a correrme contigo
hasta llegar al fin del mundo,
si es que eso existe
después de ti
-tú,
que lo único que tienes de final
es todo lo bonito
que viene después-,
y entonces
caigo rendida,
vencedora,
libre,
con el alma aun entre tus dedos,
desnuda,
palpitante,
viva,
en calma,
frágil,
repleta,
satisfecha,
completa,
sobre tu pecho,
y es entonces cuando entiendo
lo de soñar sin dormir.
Y me creo lluvia
y te duermo a besos.
Quién me iba a decir a mí
que ibas a llegar a mi corazón
entrando por la boca.
Conviertes las mil maneras
que existen de huir
en mil maneras de quedarse,
contigo.
Y dormir a tu lado
se convierte,
entonces,
en poesía.
domingo, 2 de diciembre de 2012
A un poema de distancia
Me partí en dos
después de ti;
me dividí
como se dividen los días
según las ganas
que tengas de recordarme,
como se abren mis calles
cuando te descubren bailando
como el viento del invierno,
como la única chica feliz
en un bar de carretera
o la única chica triste
un viernes por la noche,
como un funambulista adicto a las caídas,
como si el precipicio fueran mis manos
y el miedo se hubiera evaporado de tus pies;
me fui y me dejé
contigo
tan desnuda
que pensé que jamás volvería
a tener calor
-en un mundo de contradicciones
eres mi reina-.
Dejé mi mitad
esparcida sobre tus sábanas
y entre tu pelo hundí mi nariz
mientras dormías
-o mientras escuchaba al mundo
respirar,
ya no sé-
para que no te dieras cuenta
de lo rabiosos que me resultan los días
cuando apareces,
es decir,
cuando no apareces.
Lloví sobre tu espalda
al mismo tiempo que sacaba el paraguas
para que mi ausencia no te salpicara,
a pesar de lo que me gustaría lamer
las heridas revueltas de tu costado,
y hacer nudos con mi lengua
con todo lo que se esconde detrás.
Me abandoné para ti,
sin saber si dejaba
más de lo que me llevaba.
Me caí,
de cabeza,
buscando el golpe de tus omóplatos
en mis ganas
de besarte
cada día,
todos
los
días,
todos los besos,
todo tu cuerpo,
todo tu pelo,
cada
día,
todos los días.
Me quedé dentro de ti
mientras me marchaba.
Y así ando ahora,
dando traspiés con un solo pie;
haciendo todo a medias
desde ti;
balanceándome inerte
entre tantos recuerdos
que te juro que aún rememoro
cómo era eso de sentir,
es decir,
de besarte;
paseando, tan torpe,
entre tu nombre
y mis heridas,
con la incoherencia
de querer llevarte a la guerra
al mismo tiempo que te acuno en mi paz;
hablando a medias
porque después de probar tu boca
las palabras ya no sirven de nada;
latente,
a un poema de distancia
de querer volver a besarte,
a una última canción
de volver a bailarte de nuevo;
con un ojo entreabierto
por si se te ocurre volver a mirarme
y no estoy,
mientras intento aprender a besar
todo lo que habla de ti
para que me dejes de hacer falta;
soñando con tenerte tan cerca
que solo pueda abandonarte,
pero entonces despierto
porque los sueños a medias son solo eso,
sueños.
Pero al final,
como en todos los finales,
solo quedan certezas.
Me olvidé de mí
con el único propósito
de que tú no te olvidaras de mí
-todos necesitamos
ser salvados-,
con la única intención
de que te dieras cuenta
de que la mitad que dejé en tus manos
eras tú misma,
que te pertenezco
y me perteneces de una manera
que aún no sé escribir,
y eso me asusta más que tú;
que no puedo abandonarte
porque entonces me quedaría vacía,
sin ti,
sin mí,
y cómo sobrevivir entonces.
Así que cuídame,
es decir,
cuídate.
Por mi vida.
martes, 6 de noviembre de 2012
El otoño debía ser esto, pero contigo.
No es el frío
el que me hace acordarme de ti,
y viceversa,
ya no sé
si es por ti por quien tirito
o si acaso es el recuerdo
de tu boca
lo más parecido al deshielo
que he sufrido
-mi boca está llena de cenizas
desde que no te beso-,
ya sabes que tú fuiste todo lo que venía después
de aquello que aun no había llegado,
una especie de tristeza lejana
que habitaba al otro lado
y que elegí frente a todas las sonrisas
-o quizá me eligió ella a mí-,
un carnaval de verbos
en distintos idiomas
que perdían la ropa cuando coincidían,
pero nuestra gracia era esa:
no coincidir
para que querernos fuera aun más arriesgado,
imposible,
y que así el éxito compensara las derrotas,
es decir,
todas las noches que no te besé.
Ahora se cuela una luz por mi persiana
que no acompaña a tu piel
y se traspapela con un puñado de bostezos
que lo único que tienen de ti es el sueño que les robas,
y yo me escapo de esa batalla
y pienso que lo único que me faltó por hacer
fue besarte por dentro de mi jersey
-me sobran las excusas
cuando se trata de tenerte cerca-,
follarte después de desayunar
para que se quedara en mi nariz
el olor a café de mi lengua en tus pezones,
llorar juntas por algún sinmotivo
para llevar la contraria a todos aquellos
que rechazan las lágrimas
-nunca han visto a una mujer
masturbarse-
y después bailar,
una última vez,
un último baile,
leerte algún poema para dormirte
y escribirlo cuando lo hagas,
bajar al infierno los domingos
y gritarles a todos que la pornografía
también es romanticismo
y prometerte en bajito
con la espalda llena de balazos
que esta noche irá sin cargos,
enseñarte el sonido de nuestros nombres
una tarde cualquiera en una calle cualquiera
de una ciudad cualquiera
y que les den a los mortales
llevarte alguna noche a casa
abrazada por la espalda
y darte por fin la paz que tanto clamas
y contra la que tanto luchas.
A veces pienso que lo que me faltó
fue declararte la guerra,
contemplar cómo te manejas con la ropa puesta
y el corazón desnudo,
retarte
en vez de salvarte,
reclamarte y exigirte cuentas,
pedirte que te quedaras
y morderte las dudas.
Tirarte por mis precipicios,
como tú,
y cogerte de la mano
pero solo al final.
Pero siempre
antepuse tu paz a todos los peros.
Ya sabes,
creo que el problema reside
en que no pienso en ti
sino en mí contigo,
y eso,
pensar en algo imposible,
es como pretender olvidar
algo que no existe.
Algún día te explicaré
por qué la poesía agradeció que te fueras.
martes, 30 de octubre de 2012
Escribo tu nombre más veces de las que le borro. A veces.
Non para de llover
Pensar en ti
es como desnudarse delante de un precipicio
lleno de niebla
y mirar abajo,
quiero decir,
que para hacerlo
es necesario despojarse
de las dudas y los miedos
y rendirse a la evidencia de que
el vértigo solo es una excusa
para no aceptar
que la caída es lo único que nos puede salvar.
Pensarte es un atentado
contra las alturas,
es inmolarse
gritando tu nombre
a todos los motivos que me hacen huir,
de ti,
es, cómo decirlo,
como ver llover y abrir la boca
a pesar del pánico a morir ahogada,
no sea que entre tanto agua
se cuele tu saliva,
es como poner la mejilla
cuando se aproximan hostias llenas de nostalgia
y quedarte con el alma llena de polvo,
pero ya sabes lo que dicen,
el dolor es otra forma de placer,
y yo te beso en cada rozadura.
Pensarte,
o conjugarte en presente,
como si fuera posible
ser un funambulista
de la línea que une tus heridas con las mías
y no terminar en el suelo,
lamiéndolas,
mientras me besas los párpados
y yo te susurro que llevo un alma en el costado
que asesina mi equilibrio
mientras tú sonríes,
y yo pienso que la paz tiene algo que ver
contigo cuando te duermes sobre mi hombro
dando la espalda al mundo,
y venciéndolo.
Como besarte con los ojos abiertos
y no marearme
-mis sueños comienzan
cuando tú abres los ojos-.
Pensarte es,
algunas veces,
lo único que me queda de ti,
y otras,
quizá más,
estas ganas imposibles de olvidarte.
Pero
lo cierto es que
aquí solo laten tus cenizas,
y después,
después no hay nada.
O todo.
Según a qué lado de la calle mires.
jueves, 4 de octubre de 2012
Llovimos tanto que me ahogué
Hablamos tanto de la lluvia
que un trueno acabó atravesándome la garganta
y tuve que escapar.
Tu vida o tu corazón, me dijo alguien,
quiero pasar mi vida en el suyo, le dije yo,
pero eso no era posible,
era tan imposible como un amor platónico cumplido,
como tú y yo cumplidas,
como tú,
como pedirte que te quedaras después
o vinieras antes,
como mantenerte encendida
al otro lado de la calle
viéndote por la noche sin poder tocarte
y no consumirme en el esfuerzo
de querer tu imposibilidad
al lado de mi almohada,
como negarte a ti
y no negarme a mí en el intento,
como olvidar tu pelo,
como fingir que no estás
detrás de cada palabra que me perturba,
como pretender saber
no echarte de menos
y conseguirlo,
como asentir
creyendo que es cierto
eso de que es el frío
el que hace las ausencias más largas
cuando ahora la única que existe es la tuya
en medio de este incendio de cenizas.
Te acabas de ir
y tus ruidos ya se escuchan por las noches.
Era tan imposible
-tan
imposible
como
pedirte
que
te
quedaras
conmigo-.
La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada,
lanzando botellas al mar llenas de besos
que nunca llegaban, que se extraviaban, que se equivocaban de puerto,
que se rompían intentando llegar a mi boca
y confundían mis barcos y me llenaban de cristales los labios
que, pegados a la ventana,
congelados,
solo esperaban verte aparecer.
Y entonces un día me dejé vencer,
olvidé dónde buscarte,
comencé a despegar
tus nudillos de mis pulmones,
me eché la sal de tu sudor perdido
en los ojos,
prohibí tu olor en mis domingos
y escribí todos los antónimos
de tu nombre en mis ventrículos,
si no te olvido a ti
no les olvidaré a ellos,
y al final lo único que quedó
fue un miedo tan inmenso como inconfesable
y un deseo,
solo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos,
irme lejos, pensando que lejos es donde no estás,
sin darme cuenta de que donde realmente estás es en mí,
y que no te irás hasta que yo lo decida.
Pero empezaba a tener frío
y tú no venías a curármelo,
así que tuve que pedirte sin decírtelo
que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo,
pero antes quise hablarte del cielo que te rodea,
de que cuando hablas realmente creo
que los relojes carecen de sentido
si no es para pararlos y escucharte un rato más
-solo un ratito más, lo juro-,
que tuve todos los continentes en mis bolsillos
después de tu abrazo
porque cuando tú respiras
el mundo, a veces, se paraliza,
y otras, en cambio, se tambalea,
pero eso es algo que solo entendemos
los que hemos visto a la poesía perder las comillas,
que tu risa astilla las penas
y que aunque nos encontráramos en medio de una guerra
que por no querer luchar terminamos perdiendo,
encontré la paz en tus maullidos,
y fuiste algo así como volver a casa
por primera vez
después de perder mil batallas en la espalda.
Quise decirte que mi papel
siempre se redujo a contemplarte desde lejos
y volverte tinta,
que pudimos
y aunque no fuimos
siempre seremos
-ojalá entiendas eso-,
que nos hicimos el amor
una noche que llovimos
y por eso te llevaré conmigo
siempre.
Que ojalá la huida
hubiera sido de tu cama a la mía,
que ojalá la lucha
se hubiera reducido a morderte las caderas
y no a este cansancio
lleno de ojeras mudas,
que ojalá volviera a verte
cada invierno de mi vida
y vieras que contigo nunca tuve prisa
porque conocerte es viajar y besar
dulce y lento
un día de invierno
llenas de frío por fuera
y de amor por dentro.
Y que ojalá sonrías
y no te culpes
ni te castigues:
tú cambias vidas,
pero no destinos.
viernes, 14 de septiembre de 2012
Yo te abrí mis piernas y tú me sacudiste la vida.
Sabes que mis legañas ahora llevan tu nombre y que este insomnio es solo una forma de esperarte, o quizá es que solo sé dormir cuando estás tú a mi izquierda. Pensarte es atrevido cuando cruzas la puerta y yo huelo mis manos y me relamo los labios salados pensando qué tendrán mis paredes para que me pongas contra ellas cada día; quizá sea que me dan ganas de entregarte la vida cuando me pides las bragas o que en ocasiones me confundo y no sé si lo que me desabrochas es el pantalón o el escudo. Eres un etcétera de posibilidades y yo te beso con los bolsillos llenos de polvo y los nudillos cansados, son tantas guerras sin descanso (es decir, sin ti) que ahora me siento como un soldado que vuelve a casa: asustada y fuera de lugar. Pero prefiero dormir en tu paz que en mi esquina, izar bandera cada vez que te arropes con mi pelo, colocarte mi estandarte en el ombligo y mientras empapas mi lengua enseñarte mi nube y aprender a llover contigo, darte de cenar mi melancolía y empujar tus dedos para que penetren mis heridas, me rasguen los pulmones y me invada tu aire, te prometo no lucharle. Quiero vivirte, besarte es conocerte en un domingo de veinticinco horas, un billete sin vuelta para los miedos, una interrogación sin cerrar, un orgasmo en marcha que no frena cuando se termina. Tú miras tus dedos acariciando mi pierna y hablas de escribir una historia sobre ello, de que pasemos el invierno envueltas en tu pelo, de mí en tu jersey debajo de una tormenta, de que la mejor manera de limar los cortes es con la lengua y de que tus ojos me cuentan miedos que tu boca nunca me dirá. Yo quiero confesarte que siempre lloro cuando escribo y que escribir es lo más parecido a enamorarse, que ya no sé dormir si en tus cuentos no salgo yo, que la huida es solo otra forma de llamar al miedo y que te quiero en mi cama cada mañana sin que se me agoten las formas de pedírtelo. Porque no existe nada más descansado que subir las escaleras que llevan a tu puerta, porque besar tus ingles es llegar a casa, porque sustituyes todos los ojalás que han perturbado mis noches y porque todo lo que te digo es solo mi manera de pedirte que te quedes conmigo, a dormir, a desayunar y a ver juntas cómo llega el otoño.
Lo que quiero decir es que me gustas hasta cuando llueve... Y aun no ha llovido.
jueves, 26 de julio de 2012
Te miré como se miran las estrellas fugaces: con los ojos cerrados
Llueve y.
Algo así como besar cuenta atrás. ¿Qué haces? ¿Besas apurando hasta el último verso o vaso o beso? ¿O atropellas tu lengua con los dientes para alargar el penúltimo beso?
No te miento si te confieso que viví esa noche. En mayúsculas y, por primera vez, en presente. Tú, siempre tan pretérita. Te volviste presente.
(Usa mi nombre solo para salvarte)
domingo, 3 de junio de 2012
Las canciones son pájaros que siempre vuelan
Este sabernos, tú allí y yo aquí, pero sabernos. De eso se trata.
Fjögur píanó
miércoles, 16 de mayo de 2012
Algún día de algún abril de algún año.
Pero siguen siendo tristes todas esas historias de desamor en las que siempre hay alguien que pierde la mano de otra persona en la multitud sin darse cuenta y nunca se vuelven a ver. Sigue siendo triste esa continua necesidad de que aparezca alguien que te salve, cuando en el fondo lo que quieres es vivir sin hacer ruido escribiendo sobre grandes historias que no vivirás. Sigue siendo triste sentirte pequeñito y ver gigantes en personas solo porque te han roto tantas veces que, aunque lo intenten, ya no pueden reconstruirte. Sigue siendo triste llevar una vida abocada a la imposibilidad, aunque al final sea lo único que inspire.
Y deberías saber que mi mundo es una noria en la que gira una y otra vez el mismo corazón roto en distintas cabinas; que aunque sea minúsculo te llevaste un trozo el día que me pensaste mientras llovía y ahora sonrío a trompicones; que idealicé tanto el drama y el desamor que me dejé llevar por una vida kamikaze, coleccionando soledades y cigarros rotos, y ahora es demasiado tarde para crecer; que no me dejaré alcanzarte porque empiezo a pensar que no existes, y eso es algo que no sé si sabría explicarte.
jueves, 29 de marzo de 2012
D(r)ama sentimental
Quizá el truco esté en desordenar tus pecas, esparcirlas descolocadas entre tu andén y mi habitación y esperar que en un descuido te pierdas y aparezcas. Puede que arañarme con tus uñas no sea la mejor opción, aunque piense en ellas antes de tropezar con la almohada, aunque ya te haya reservado los lugares donde me las podrías clavar, aunque vaya directa y sin escudo hacia sus esquinas. Tal vez mi sueño consista en soñarte sueño, y la realidad se reduzca a colarte palabras entre el pelo para que me recuerdes cuando camines despeinada por la carretera buscando al amor de tu vida. Puede que piense tanto en tus hoyuelos que los llene de notas y cuando quieras cantar solo haya un baile lleno de silencio. Quizá el problema sea que empecé hablándote de tus calcetines en vez de tu flequillo; que no te expliqué todo lo que hay más allá del mío; que me refugié entre tus tobillos para que no te fueras y no te conté que a veces tengo tanto miedo que cierro los ojos y me quedo con el de los demás, porque no hay nada que más me atemorice que otros ojos asustados. Puede que el dilema se encuentre en mi maldita manía de acuñar miradas que no responden a las preguntas que dejo entre los dedos, y en la boca, y en la intuición de algunos colmillos, y en la somnolencia de las idas y venidas que nunca se quedan. Tal vez te enseñé las palmas de mis manos abiertas demasiado pronto y se me cayó más de un secreto tan rápido que no llegó a la noche; me olvidé de utilizar paréntesis contigo cuando escuché el olor de tu sonrisa y supe que en ella se encontraba el fin de los tormentos.
Es probable que todavía no intuyas que si te quiero volver bostezo es por hambre y por sueño, porque aún no sé si serás banquete o pesadilla, porque me gustas tanto como para asustarme, porque eres mi d(r)ama sentimental y yo quiero saltar contigo puentes resbaladizos y ventanas entreabiertas y puertas cerradas con llave y trenzas deshechas en cambios de vida y sentido.
Porque seguramente todo empezó el día que olí el invierno en tu bufanda y amé el frío más que nunca; la noche en la que sentí que podría estar toda la vida abrazándote y nada más; el momento en el que bailaste y te reíste y miraste al suelo y yo deseé estar ahí, justo ahí, ser ese segundo contigo.
Quizá. Puede. Tal vez. Es probable.
Pero no.
No seré yo quien inquiera al punto con el que cierran tus piernas, que no tu boca, dirigiéndome una y otra vez al bemol de tu mirada, ese que no firmo yo.
http://www.youtube.com/watch?v=msaVzacH5ZA