Terminarnos
es tan peligroso
-y difícil-
como despertar a un sonámbulo
que cree que puede volar
y sale a la calle a buscar un puente
que le recuerde a todas las cosas
que nunca pudieron ser
para que sean.
O le despiertas y muere,
o se tira y vuela
solo dentro de su sueño
-al fin y al cabo,
los sonámbulos
son los únicos dispuestos
a morir por sus sueños-.
Cómo explicártelo:
solo supimos volar
porque una sostenía a la otra.
Pero ahora nos hemos soltado la mano
porque nos quedamos sin dedos
para contar las heridas que nos estábamos
causando,
y aún no sé qué pesa más:
el cansancio de una mano vacía
o el apoyo de una palma que no puede tocarte
-en ese hueco que separaba nuestras bocas
y que era lo único que nos unía,
lo único que nos huía,
dejé escritos cien poemas,
es decir,
cien formas de morir-.
Te confesaré algo:
todas las veces que nos gritamos
al oído y sin cuidado
que tú y yo nunca tendríamos final
no existen.
Existes tú
en la medida que existe mi dolor
y mi poesía
y estas ganas de ser lo que no soy.
Existo yo
en la medida que existe tu tristeza
y tus monstruos
y esas ganas de beberte tus heridas.
Pero,
mi amor,
tú y yo juntas
solo somos ganas,
intentos en vano,
pusilanimidad disfrazada de una noche
valiente,
un vicio insano a rechazar la felicidad,
dos cobardes muertas de miedo
que en una paradoja vomitiva
se esconden debajo de la cama
para alimentar a sus monstruos,
el retrato de una rutina atragantada
en un conformismo infiel y barato,
una verdad que pierde la vez
cuando abrimos la boca
para mentirnos y poder seguir esperándonos
como se esperan los que se engañan:
con palabras.
Sí,
mi amor,
lo sé,
sé que nos miramos a los ojos una vez,
y fue ahí cuando nos vimos,
cuando fuimos,
cuando nos volvimos verdad por un instante
que, aunque pequeño,
arrasó con todas las mentiras por ser el único.
Pero dime de qué vale una vez
si lo que tú y yo queríamos eran cientos
y no fuimos capaces
ni de sumar tus dedos a los míos,
ni de mirarnos rozándonos la nariz,
ni de cruzar la ciudad de noche por un beso
-sigo pensando
que menos mal que no nos conocimos,
hubiéramos roto al mundo de amor,
estoy segura,
y este planeta no está hecho para morir así-.
Hemos tenido que borrarnos
para descubrir que,
al final,
como las grandes historias,
solo fuimos palabras.
Será esta necesidad
tan tuya y tan mía
de llenar cada espacio de literatura
para vivir atrapadas
en amores que no pueden ser escritos.
Tendrá que ser así,
mi amor:
tú desapareciendo de los poemas
y yo desapareciendo de las canciones.
3 comentarios:
Mira que son años leyéndote y no se te acaba la magia, eh.
Madre mía, qué bien escribes.
'Hubiéramos roto al mundo de amor'.
Tú acabas de salpicar al mundo de magia.
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