viernes, 23 de marzo de 2012

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La primavera no quiere que los amores de invierno terminen y ella aún no lo sabe, pero guardo alguna tormenta para que cuando me invite a bailar lo hagamos sobre uno de sus tejados; desde que soñé que sus hoyuelos perdían el paraguas me encanta bailarla bajo la lluvia. Tiene siete maneras de recogerse el pelo porque busca catorce manos que la despeinen de manera diferente en cada maullido, y yo escondo dieciséis tirabuzones que cicatricen en sus uñas los días que le apetezca arañar. Le escribo mientras ella se estira, sale del folio y habla de palabras que saben a dulce, regala abrazos que en febrero huelen a amor de lavandería, vuelve minúsculos mis enormes gigantes y con los ojos cerrados cae entre nostalgia y nostalgia, en ese punto exacto en el que resulta imposible no quererla.
Quiero preguntarle si aprendió a bailar así en el mismo sitio en el que le dibujaron ese lunar, si le gustan los besos en las rodillas y si algún día de viento ha jugado a emparejar tobillos. Quiero averiguar si alguna mañana le han despertado con besos en los nudillos, si ronronea antes de dar los buenos días y a qué sabe su pelo despeinado. Quiero saber a qué huele cuando está triste, si le han acariciado los miedos hasta dormir y si alguna vez ha echado tanto de menos que le abrazaran por la espalda que ha roto paredes. Quiero mirarle las pestañas y contarle a sus párpados que la primavera esconde mil noches de invierno, y que por eso a veces llueve de repente o hace frío, porque los escalofríos no dejan olvidar. Quiero confesarle que dormiría con ella para verla despertar libre de maquillaje, llena de legañas, tan despeinada que estalle la almohada al verla tan bonita. Quiero coagular entre sus manos y asegurarle que tengo tantas ganas de ver sus bragas empapadas sobre mi alfombra como de dejar su nombre por los parques y el mío en su portal, para que no se sienta sola. Quiero explicarle cada roto de mis labios, repasarle las pecas de la nariz antes de salir de casa y peinarle el flequillo cuando le entren ganas de llorar.
Quiero dormirla y preguntarle si alguna vez se ha reído del olvido; y, si cuando bosteza, preludio del sueño, se acuerda de mí; y, después, cuando abra los ojos, dejarle un desayuno lleno de minúsculas palabras, porque es así de la única manera en la que puede tener lugar y comprenderse todo lo que le quiero decir.

6 comentarios:

Xampi82 dijo...

Otra vez me dejas sin palabras. Y ya van muchas veces. No encuentro mis musas pero me alegro de ver las tuyas. Saludos.

Juan A. dijo...

La primavera no tendrá otra que retirarse a sus cuarteles de invierno ante la belleza de tus palabras.

Luis Cano Ruiz dijo...

Ese optimismo...¿Es por la primavera, o las musas arañan pero no duelen?

Cuídate.

V. dijo...

Muy lindo, E. :)

Liseth Puello dijo...

Uff Tremendo!

Liseth Puello dijo...

Uff Tremendo!